“Patria, cuando mis abuelos fueron
despojados de un poco de tierra y expulsados a la ciudad y, yo vivo como muchos
otros de mis compañeros necesidades y penurias a diario”
Estudiante universitario
La escuela es escenario de rituales
que se repiten día a día mes a mes años año, entre los cuales hay unos que
están hechos para reafirmar y mantener mitos, uno de esos rituales son las
izadas de banderas, donde el esquema y la apuesta es el mito de ser colombianos
a través de los himnos, palabras por las cuales conmemoramos…, el cuadro de
honor, las banderas y uno que otro acto cultural preferiblemente folclórico,
que reafirma “lo nuestro”.
Se asume aun en los colegios que
los procesos especialmente históricos y que conmemoramos a través de las izadas
de bandera, fueron homogéneos e incidieron de la misma forma en grupos
sociales, en regiones, en grupos étnicos y minorías. De hecho, usualmente no
expresan estos “actos patrios” avances como reconocer que hay historias múltiples
y diversa que circula en los salones y pasillos: afros, minorías sexuales,
venezolanos, estrato uno y tres, etc. Lo que gracias a una cada vez mayor
capacidad de tomar distancia, criticar y valorar por parte de los jóvenes estos
rituales se desdibujan y pierden interés en ellos.
La independencia como mito
fundacional de patria, de colombianidad ya no es consumida como tal, porque
además la cotidianidad niega esa pertenencia etérea, hay desarraigo por el
desplazamiento, falta de trabajos dignos, necesidades insatisfechas de familias
después de años de esfuerzo, la mayoría de ellas sobreviven en un mar de
angustias y problemas no resueltos que se acentúan a medida que avanza el
neoliberalismo que genera menos personas con inmensas riquezas y más seres
humanos sin cubrir sus necesidades básicas, que desnaturalizan por la vía de la
práctica los derechos, las libertades y la democracia resultado supuesto de la
tal independencia.
Además, perciben los estudiantes
que después de doscientos años la soberanía no es real cuando los gobernantes
terminan arrodillados a otras naciones y organismos internacionales que a
través de orientaciones y recomendaciones imponen dinámicas educativas,
sociales y económicas como los monocultivos legales e ilegales, explotación de
recursos a cielo abierto que destruyen la vida, la biodiversidad y limitan la
producción de nuestros propios alimentos.
Perciben también que se homogenizan
por la vía de la cultura y la educación para generar un sueño que ya no es el
de las mayorías, como no lo fue en el pasado, porque negando la memoria y la
tradición de pueblos originarios, sectores sociales y otros pueblos traídos a
la fuerza no es como se construye nación. Hay un proceso de desnaturalización
de mitos y creencias que parece desde los conservadores, partirle el espinazo a
lo que somos, cuando realmente nunca hemos sido un pueblo, una nación, una
patria. Somos pueblos pluriculturales y diversos que no se ha reconocido en la
colombianidad y que tienden a excluirse recíprocamente y que, gracias a
procesos de acceso a mayor información, reivindicativos, escenarios de debate y
construcción de pensamiento histórico asumen una conciencia critica que no le
precedió a generaciones anteriores.
El bicentenario, los foros, los
encuentros, izadas de bandera, todo escenario es hoy una posibilidad de abrir
el debate argumentado para explicarnos porque somos lo que somos: diversos,
pluriétnicos, contradictorios, desiguales con historias y relatos dispersos,
múltiples que pueden darnos la posibilidad de construir otro mundo incluyente,
plural a partir de las memorias y elaboraciones de grupos, organizaciones e
intereses particulares y por lo tanto la necesidad de un Estado democrático
popular. Los colombianos no somos uno,
somos muchos con igual derecho a existir y aportar a una Colombia más justa y
humana.
Orlando Riveros Vargas
Delegado de la ADE